Marcelo López:
Bueno, arranquemos con lo siguiente: quisiera que me cuentes si te acordás
algo del imaginario de la época y lo que vos veías en la gente en ese momento
que se declara la guerra de Malvinas. En realidad, no la guerra, sino la
toma, porque yo, a modo de disparador digo que, de parte de la Argentina,
nunca fue pensado como una guerra estrictamente hablando.
Martín Kohan: Yo
leí, no hace mucho, el libro de León Rozitchner (1), que es una intervención excelente,
en donde dice un poco eso que marcás:
que la invasión no presuponía una guerra. Que era una ficción de guerra, se
adoptaban movimientos de guerra, pero la apuesta del ejército argentino era
que no hubiera guerra. Mirá, yo tengo una perspectiva tan recortada como la
puede tener alguien particular, agregando a esto que pasaron varios años. Yo
tenía quince, en ésa época. Por un lado, fue la constatación de que toda la
maquinaria patriótica-simbólica funciona muy aceitada. Además, yo no tenía la
distancia crítica que después pude ir construyendo para poder, digamos, usar
mis anticuerpos para luego desactivar los mecanismos de la identidad y del
fervor nacional. Yo, en ésa época, era un argentino. Por lo tanto, todas las
invocaciones de la identidad nacional me interpelaban. En ese sentido, hay
una serie de secuencias de fervores que van de la guerra al deporte y del
deporte a la guerra, que a mi no me parece que sea ninguna degradación. Es
más, me parece que muestra bien cómo funcionan esos dispositivos, el hecho de
que se puedan dar tanto en la tragedia de la guerra o en la metáfora
banalizada de la guerra, que sería el fútbol. Son planos de una misma
eficacia y eso no arrastraba una adhesión al propio gobierno militar como se
pretende. No soy muy dado a contar esto, pero yo fui a la plaza.
M.L: A mi me parece
increíble ese momento. El otro día estaba viendo un documental, tratando de
entender un poco más. Mostraban la plaza llena, se decía que había más de
100.000 personas el día del discurso de Galtieri. Es muy shockeante ver eso.
Se venía de una dictadura de seis años, que de hecho fue la más terrible y
sanguinaria de todas. Y para mi, que vengo de otra generación, me resultaba
difícil comprender en su totalidad ese momento, eso que ahí estaba pasando.
El que estaba hablando era el tipo que había mandado a matar a mucha gente y
eso ya se sabía, no es algo que descubrimos nosotros hace cinco años. Y sin
embargo… ver esa gente ahí, apoyando…
M.K: De todas
maneras, si yo tengo que hablar de mi propia experiencia o perspectiva, te
diría que en esa plaza había mucha más resistencia a la dictadura y a
Galtieri que la que después tiendo a ver plasmada en las crónicas o en la
caracterización de esos días, y sobre todo de ese acto. Habitualmente se hace
una contraposición de la plaza del 30 de Marzo, que es claramente de confrontación,
incluso señalada como la primera nítida manifestación de oposición en
espacios públicos a la dictadura –costó una vida- y la contracara de eso
sería la plaza de la adhesión a partir de Malvinas. Me parece que uno
entiende mejor si hace hincapié en ciertas complejidades, al menos a título
de hipótesis, si se piensa en alguien que pueda haber estado en una plaza
y en la otra. Eso, antes que pensar que los opositores participaron de un
acto y los adherentes del otro. La guerra instala una suspensión de las
confrontaciones internas que es, ni más ni menos, una de las funciones
específicas de los dispositivos de la identidad nacional, disolver incluso
los más agudos conflictos de fronteras hacia adentro en aras de algo que
siempre aparece como superior. Entonces, prefiero esa idea de la suspensión
más que de la adhesión porque, de hecho, yo insisto, tengo algún registro de
ese momento, hubo abucheos a Galtieri, hubo silbidos para algunas cosas que
dijo.
Obviamente que hubo
un error conceptual; esa especie de desglosamiento “la soberanía sí, pero
Galtieri no”, “Malvinas sí, pero este gobierno no”, sin dudas, en eso hay un
error. Pero el error hay que captarlo en ese punto, que no es lo mismo que
presuponer una adhesión a la dictadura en nombre de Malvinas. Es una puesta
entre paréntesis y lo que ya se había quebrado, se mantuvo quebrado.
Yo nunca pude ver un
registro entero de ese acto. Cuando se canta el himno nacional, que Galtieri
invita a hacerlo, dice algo así como “para acallar ciertos gritos que no
corresponden”, que puede no entenderse bien, y tiene que ver con que se
acababa de cantar la marcha peronista. Un grupo, es decir: no había 100.000
personas cantando la marcha, tampoco eran tres. En ese momento, yo me dije:
“¿Qué va a pasar acá?”, porque ese grupo estaba lo suficientemente adelante
para que él lo escuche. Eso tiene que haber quedado registrado, aunque no se
escuche en las grabaciones la marcha peronista. Ese momento, creo, evidencia
todo el dispositivo: el himno nacional, ahora “lo que nos une”, dejemos la
diferencia y remitámonos a aquello en que todos somos lo mismo. Pero esa
diferencia está suspendida, no está suprimida. No hay adhesión, no hay una
reconciliación de la población con su gobierno militar a partir de Malvinas,
lo que hay es una suspensión de ese conflicto que yo atribuyo, no a una
astucia del gobierno militar, en realidad es lo que el orden de valores de
una identidad nacional hace siempre.
M.L: Me acuerdo que
en uno de los documentales que estuve viendo, en el que luego del acto había
testimonios, un periodista salía a preguntar a la gente que estuvo presente
sobre lo que pensaba acerca de la toma de las islas. Había opiniones muy
desencontradas, pero yo me quedé con la palabra de una mujer que decía “yo
estoy en contra del gobierno militar, etc, pero ¡por fin hacen algo por la
patria!” Creo que refleja muy bien eso que señalabas antes.
M.K: Es difícil
establecer generalizaciones, pero que ese tipo de posición existió, es cierto.
Y me parece que es una posición que queda arrasada de la versión de la plaza
“opositora” contra la plaza de la “adhesión”. Por eso yo decía de conjeturar
esa figura hipotética del hombre que estuviera en las dos plazas, ¿es
posible? Y me parece que sí. Esa figura, aunque sea imaginaria, para mi es
clave para entender cómo funciona Malvinas en tanto conflicto. No fue, “ahora
vengan los que están de nuestro lado”, sino, “ahora vengan aunque se opongan
a nosotros porque es una causa superior”. Hay que poner la desconfianza en
aquellos dispositivos que decíamos antes, los de la identidad, para entender
cómo le son funcionales estas causas superiores.
M.L: También ese
frente común que se arma, ¿no? O sea, el pueblo y este gobierno militar que
ubican afuera un enemigo, un otro que ya de por sí es bastante fantasmal,
porque la idea era ir a un lugar en el que supuestamente no iba a haber nadie
y muchos menos se esperaba una reacción. Me parece que estaba pensado pero no
al punto al que después se llegó. Eran bandos opuestos pero confluyendo ante
un enemigo en común que los amenazaba.
M.K: Es un
movimiento muy típico, sí, el enemigo afuera, la unificación hacia adentro.
Algo que es de manual, pero que sea “de manual”, no quiere decir que no sea
eficaz. Y lo fue, claro. Al mismo tiempo, yo recuerdo, la cuestión ahí tiene
que ver con Estados Unidos, no con Inglaterra. La famosa mediación de
Alexander Haig (2). En algún momento del discurso se
menciona esa mediación y ahí sí hay una silbatina estruendosa de parte de
toda la plaza. Entonces, de algún modo, está la idea de que “no confiemos en
Estados Unidos”, cuando el gobierno nacional sí apostaba a esa mediación.
Había cierta astucia, más sagacidad que la que quiere reflejarse en la idea
de la plaza estúpida, la plaza dócil. Uno ve que había más resistencia que la
que se tiende a ver.
M.L: Para mi lo de
Galtieri es, parafraseando a Borges cuando hablaba sobre el nazismo, que
“adolece de irrealidad” cuando confía en ese apoyo.
M.K: Lo que pasa es
que al mismo tiempo, uno puede entenderlos, ellos habían sido tan sumisos,
fueron su herramienta, hicieron todo lo que Estados Unidos les pedía que
hiciera, creían –y lo hacen hasta hoy- que acabaron con la amenaza del
comunismo internacional en América Latina. Por todo eso, esperaban un
respaldo militar, una mediación para que no hubiera guerra. Me parece que ése
es el equívoco, una estupidez que uno, en un punto, puede entender. Es ahí
donde uno entiende qué lleva a esa irrealidad. Una irrealidad que no estaba
en la plaza; no es que fuera una plaza de la “inteligencia” tampoco, había
una especie de reflejo anti-yanqui.
M.L: Vos decís que
en la manera en que presentaba Galtieri el problema, se podía ver un enemigo
en común al de Estados Unidos.
M.K: Lo planteo para
tratar de entender a partir de qué situación ellos suponen que Estados Unidos
los ayudaría, para tratar de captar los fundamentos de esa misma irrealidad.
¿Qué implica que perciban eso? ¿un delirio psicótico? Bueno, en realidad, no.
M.L: ¿Y recordás
algo del papel de los medios en el tiempo mismo de la guerra hasta que se cae
todo el telón y se ve lo que verdaderamente estaba pasando?
M.K: Bueno, lo que
quedó registrado, la euforia. En mi caso, soy el típico que pasa de la
euforia a cierto estupor. En un momento se produce un cambio de tenor, una
cosa medio ambigua ya con el tema de la invasión. El ejército argentino es
único en el mundo ya que desembarca en un lugar en el que no hay ejército
enemigo y no obstante tiene una baja, una baja en donde no había nadie.
Tienen una pérdida en ese día que es cuando la guerra empieza a transcurrir.
Ya ahí empieza a ceder la euforia y comienza a producirse el gesto, que
después se cristaliza fuertemente, de compasión a los soldados. Hay un
quiebre entre el aparato de Estado y sus soldados: los soldados como víctimas
de la guerra, pero también de su propio aparato de Estado. Se ve un
sentimiento que sería “la sociedad civil tiene que solidarizarse con los
soldados”. Esto es cuando ya hay combates y permanece cierta desconfianza de
base de esta sociedad hacia sus propias fuerzas armadas.
M.L Empieza a
notarse, digamos, que el plan es absolutamente desquiciado, ya que no hay
estrategia real de combate.
M.K: Claro, por cómo
se produjo, porque no hubo una declaración de guerra, la euforia tenía que
ver con la toma de las islas, con que “ya lo hicimos”.
M.L Yo lo veo casi
como un pacto simbólico. Me refiero a esto de ir, sacar la banderita inglesa
e izar la nuestra y todos contentos. Después se resolverá en algún consulado,
con los trámites que correspondan.
M.K: Es que se
pensaba así. Como decíamos al principio, lo que plantea León Rozitchner, es
una ficción de guerra. Se invoca como guerra, se disfraza como guerra, cuando
en realidad la apuesta era a que no la hubiese. Por eso, Rozitchner hace la
diferenciación entre “la guerra limpia” y “la guerra sucia”. Era una guerra
perfecta, se había vencido antes de que nadie hiciera nada. Se empezó por la
victoria. El plan era que no hubiera combate, forzar la negociación. Cuando
se ve que eso no resulta, ahí se nota que no hay un “plan B”, el plan era
combatir, pero ya vemos lo que pasó. La percepción de la desconfianza a
Estados Unidos ya estaba en el aire. La idea de que Estados Unidos iba a ser
equidistante… yo diría que allí se manifiesta el aspecto de irrealidad más
claro. Ahí te diría que la guerra la pierde Costa Mendez, ni siquiera
Galtieri. La apuesta fue ganar la negociación invadiendo las islas, no ganar
el combate porque nunca se pensó en combatir, no había un plan “B”.
M.L: A mi me parece
que hay, además de todo esto, una muy mala lectura de la realidad de parte
del gobierno argentino, no solo de la nuestra, sino de la realidad de
Inglaterra. Creo que Tatcher se da cuenta que con este conflicto, sacando su
problema hacia fuera, mostrando un “otro” enemigo, paliaba su imagen que
estaba bastante en decadencia. Justo coincide con eso y ahí veo el problema,
en esa imposibilidad de captar que el enemigo también estaba en una situación
parecida y que esa guerra le venía bien.
M.K: Mi impresión es
que el cálculo mal hecho tiene que ver con lo que Estados Unidos podía hacer.
La cuestión es que no sabemos bien por qué creían que los yanquis no
quisieran que hubiera guerra. Guerra, en la escala que estamos hablando,
porque si uno descuenta la cantidad de víctimas que hubo con el hundimiento
del Belgrano, si nos quedamos con el número de bajas que se sufrió en todo el
conflicto armado, ese número es menor al que tenemos hoy de muertos por
suicidios. Me parece que Malvinas, el modo en que se conjugan o se disocian
hechos y significaciones, los desencuentros que se producen entre
acontecimientos y expectativas son particularmente dramáticos. Es una guerra
que se empieza a perder en el terreno de los acontecimientos y se termina de
perder en el de la significación.
M.L: A mi me parece
que es interesante verla reflejada en cuanto al modo en que nos afecta a
nosotros, los que somos de una generación que no tenía conciencia cívica en
aquel momento. De hecho, ninguno de los que estamos acá estuvo alguna vez en
Malvinas, pero sin embargo, podemos atribuirle a ese espacio un sentimiento
de pertenencia, siendo que nunca fue proclamado como territorio argentino.
Acá estamos, de hecho, tratando de ver, notar, diferencias entre facciones y
captar cómo se refleja en nosotros esa derrota en todo lo posterior.
M.K: Creo que el
punto crítico no es la derrota. Lo digo en el sentido de que es posible la
épica de una derrota, que le dé sentido, que la recupere. Se puede, hay
épicas de la derrota. Lo que evidentemente no se puede hacer es dar sentido a
una derrota deseable. La derrota deseable produce un agujero, ¿cómo das
cuenta de eso, cómo acomodás narrativamente eso? ¿dónde recuperás la
significación, no de una guerra perdida, sino de una que convenía perder?
Existe un desencuentro, no hay modo. Hay héroes de guerras perdidas. Lo que
no puede haber es un héroe de una guerra que no había que ganar. ¿cuál es el
héroe de una guerra que no había que ganar? El desertor, pero eso es lo que
cuenta la literatura, que es un héroe paradójico: el antihéroe, el héroe es
el que deserta, el que se mete en una pichicera y no combate en la guerra,
que no solo no se podía ganar, sino que era mejor no ganar. No hay
modo de resolver ese dilema desde el punto de vista del que combatió. Hay
picaresca, si no hay héroe, hay pícaro. En la literatura eso funciona muy
bien, ha dado grandes textos. Pero en el plano real de los combatientes es
otra cosa, es insoportable. Deberían implementarse políticas de Estado para
ellos, económicamente, etc. Ahora, desde el punto de vista de una narración
de Estado que logre dar coherencia a lo que pasó me parece que no tiene
sentido y no lo puede tener. En términos de la épica nacional, lo digo.
M.L: Yendo más hacia
los textos, la otra vez vi una entrevista que te hicieron en la tele (en el
programa de Sasturain), en la que decías que te interesaba narrar, en los
momentos de conflicto, historias que estén en los bordes, personajes grises
¿qué relación le ves vos a personajes como Biasutto o María Teresa, con el
contexto en que se enmarca Ciencias morales? Específicamente
con Malvinas, pregunto.
M.K: La conexión que
yo le veo es un poco el lugar por donde empezábamos a conversar. La novela
toca el punto de vista del colegio como colegio de la patria. Y estos
personajes, en su tono gris, son engranajes de la maquinaria de la producción
de valores nacionales: la patria, los próceres de la nación. El colegio se
piensa a sí mismo como tradición patria, “el colegio de los próceres”.
Entonces, Malvinas de trasfondo, para mi se conectaba en ese punto. Bartolomé
Mitre, por ejemplo, los fundamentos de la identidad nacional y su ejecución,
¿cómo se inventaron estos valores? Eso es lo que rastreo y busco hacer
visible.
M.L: Claro, otra
cosa que me parecía interesante es el modelo coercitivo que maneja la novela,
como si hubiera dos enemigos a la vez. Uno, que parecería ser hacia fuera,
con la propia realidad. A los alumnos se les corta la salida por Bolívar, en
un pasaje de la novela, para que así no tengan acceso a la plaza de Mayo. Por
otro, el problema hacia adentro, con los propios alumnos, el enemigo en casa,
la necesidad de controlarlos haciendo enfática la mirada que vigila. Y me parece
que es interesante la figura de Mitre, de la que se habla en otro pasaje de
la novela, donde se dice, “bueno, estuvo en la guerra del Paraguay, la llevó
adelanto pero no la ganó”, es casi un héroe, pero no. Esto es importante
relacionarlo con la figura que ya tocamos antes: el héroe de Malvinas, el
tipo que perdió una guerra. Está esa tensión puesta en el heroicismo. Mitre
es un reflejo de ese casi héroe, o “héroe complejo”, para ponerlo en duda y
tratar de revisar qué noción de héroe quisiéramos dar.
M.K: Para mi, esta
es una discusión que se ha dado de modo ejemplar en el siglo XIX, en figuras
como Mitre, justamente, y en Alberdi que en el crimen de la guerra sale al
cruce de la historiografía tal como Mitre la estaba fundando, que es, en
definitiva, la manera que heredamos. Una discusión que tiene como núcleo
pensar en qué paradigma de heroicidad se va a fundar la identidad nacional de
los argentinos, por qué esa clase de héroe. Alberdi se da cuenta, muy
lúcidamente, que en el tipo de configuración de identidad del héroe nacional
ya está anticipada también el tipo de configuración de identidad colectiva de
los propios argentinos. Una figura –la del héroe- tan apoyada en esa imagen
militar, a mi me parece que es interesante interrogarla desde estos traspiés.
San Martín cayendo del caballo, Mitre no pudiendo ganar él la guerra del
Paraguay, lo que hay que ver son estas instancias en donde el dispositivo se
agrieta, funciona mal, entra en cortocircuito. Lo que pasa es que dicha
cuestión, en Malvinas, llega a un nivel inédito de dramaticidad y se trata
del hecho de que no tiene que haber héroes. Insisto: el héroe es el
antihéroe.
M.L: Hace
relativamente poco escuché una entrevista a un escritor joven -y traigo esto
a colación de que me interesaba revisar cómo se toma un mismo conflicto a
través de dos generaciones diferentes- que se llama Félix Bruzzone, no sé si
lo conocés…
M.K: Sí, leí el
libro de él hace unos días.
M.L: Bueno, a mi me
interesa su punto de vista, como escritor joven y por su condición de hijo de
desaparecidos además. Se hablaba de los modelos de representación en estos
momentos claves de la historia, y una forma muy lateral de encararlos. El
decía, “bueno, a mi me encanta Saer, me gusta Glosa, pero ese tipo de
representación ya fue”. Y que lo diga él, justamente, que
puede encarnar una posición y una mirada muy distinta debido a su experiencia
de vida. Entonces, yo pensaba, que Ciencias morales en algún punto
tiene guiños con esa literatura –al menos yo los detecto- y teniendo en
cuenta esto que dice Bruzzone, no puedo menos que cuestionarme sobre esto, en
este caso, por estar de acuerdo. Me surge algo así como un “basta de elidir
el conflicto”.
M.K: Lo que pasa es
que depende de qué se trate para nosotros elidir. Según la construcción narrativa
y de representación que se haga, lo elidido puede estar mucho más presente
que si está mencionado. Creo que a veces, representar menos, deriva en
evidenciar más.
M.L: Igual, a lo que
voy es que se trata de dos momentos completamente diferentes. A mi me gusta
pensar las publicaciones en su contexto, en este caso, es una novela del ’86,
con Saer viviendo afuera, se salía de un momento muy difícil acá. Digamos que
las condiciones también obligaban a otro modo de representación, además de la
decisión estética, eso está claro. Y Ciencias morales es una novela del
2007, con varios años de democracia encima. Lo que me conflictuaba era la
idea de elegir un momento clave, tan complejo como el de la guerra de
Malvinas, contextualizarla en aquellos años y esa elección tuya de ir hacia
los bordes, como no encarando el conflicto. No digo que sea una condición que
la literatura “deba dar”, pero estamos hablando de dos momentos muy
distintos…
M.K: La decisión es
estética y literaria. Tiene que ver con ese principio de desconfianza por una
literatura que toca la realidad sin dudar, sin dudar de sí misma, quiero
decir, no de la realidad. La premisa de la duda con respecto a lo que puede
la literatura hacer con la realidad, que no es exactamente elidir o
renunciar, sino un principio básico de desconfianza en la representación, que
mi me parece ineludible. Esto quiere decir que se parte de la base que no se
puede narrar sin problematizar, una especie de pérdida de la inocencia con
respecto a la narración, mejor dicho, con respecto a la representación, no
pensar la literatura con el propósito de representar la realidad tal como
fue. En ese sentido, Ciencias morales, yo no lo pienso como una
crónica de las vivencias de guerra en Buenos Aires en el año ’82. Si yo
hubiera querido escribir eso, no habría sido una novela probablemente. A mi
me interesó indagar cómo la vida seguía adelante de todas formas, esa especie
de fuga, un poco psicótica, un poco autista, a mi me interesó y tuve la
posibilidad de hacer una ficción con ella. Malvinas aparece como lo ominoso,
como aquello sobre lo que no se sabe bien qué decir.
M.L: Sí, a mi no me
parece tampoco que sea una función que deba cumplir la literatura, esto de
representar y hablar sobre el conflicto directamente. Para eso están los
medios, los testimonios, etc. Pero cuando escuché ese reclamo de Bruzzone, me
ponía a pensar en eso, si no estaremos en un momento en que valdría la pena
ir hacia ese lugar, tratando de representar un conflicto para desentrañarlo.
Repito, no digo que sea una solución que tenga que dar la literatura, pero me
pregunto si no estaría bien intentarlo al menos.
M.K: Yo acabo de
leer el libro de Bruzzone (3) y a mi me gustaron mucho sus
cuentos. Pero te diría que los momentos que sostienen que me haya gustado son
los más oblicuos. Y cuando las palabras entran tocando la inmediatez de un
acontecimiento, me parece que no va más allá de una constatación, correcta,
pero es cuando la literatura corrobora algo que ya estaba ahí. En cambio,
cuando alude, cuando entra en diagonal, cuando deja resonar las palabras es
cuando el libro gana riqueza y se diferencia. A mi me interesa, como te
decía, cuando la ficción literaria avanza hacia territorios adonde la
narración testimonial no podría llegar, cierto tipo de ambición de lo
implícito, poder capturarlo dentro de lo no dicho, que no es lo mismo que no
hablar de él. Es, justamente, hacerlo hablar sobre la base de la omisión. Lo
no-dicho, no es todo lo que un texto no dice, son agujeros negros que se
arman en base a lo que un texto sí está diciendo.
M.L: Cuando están
encarnados estos discursos -que se pretenden- de la guerra, caso Los pichiciegos, Las Islas, incluso en Una puta mierda de Patricio Pron,
lo que se ve es que también sus discursos son como suspensiones, un modo
único de ver las cosas: los pichiciegos no pueden ver nada, son pura técnica
de supervivencia, todo se remite al puro presente, para ellos no existe un
más allá, como dice Sarlo. En Las Islas, estos personajes
tienen que seguir viviendo la guerra, creerse
ellos mismos que la guerra continúa para soportar la realidad, que de otra
manera es insoportable. En Pron, se ve la puesta en funcionamiento del
absurdo para representar y explicarse una guerra que ya de por sí es absurda.
La desconfianza está puesta en todos los lugares.
M:K: Ahí encuentro
confirmado eso que decía, cuando la literatura le hace algo a eso que
ya estaba dicho es cuando mejor se aprovechan sus posibilidades. Le agrega
sentidos a eso que pasó. Mientras que, cuando el sistema de representación
recela, se rearma después de haberse desarmado a sí mismo, entrega una
significación que se produce luego del relato y que no estaba ahí.
M.L: Sí, cómo asume
ese espacio, a partir de las diferentes dislocaciones, en este caso, estas
lógicas desviadas para representar la realidad son, a mi criterio, lo más
importante en esas novelas. Ahora, para ir cerrando, aunque eso es algo muy
difícil de hacer respecto a un conflicto que permanece tan tenso aún, como lo
es la cuestión de Malvinas. Creo que es válido decir que esa guerra es una
herida que todavía está abierta, ¿qué pasó? ¿cómo entender eso que pasó? Y
también estos personajes que uno se cruza habitualmente por la calle, que son
los ex combatientes. Hay asociaciones que los agrupan pero también hay otros
que son como satélites y uno los ve con cierta desconfianza sobre si serán o
no serán. Entonces, ¿qué lugar darles?
M.K: Para mi no
tiene soluciones, lamentablemente. Tiene soluciones en cuanto a políticas de
Estado, o sea, darles un marco de contención, los tratamientos que
correspondan, atención, etc. Hay un momento en que una sociedad determinada
incorpora algo a su matriz narrativa para darle sentido. Pero acá no la hay y
no puede haberla. Los dos bordes de esto son los suicidas, por un lado, y
Rico y Seineldin, por el otro. Semana santa del ’87, para hablar de otra
plaza. Yo estuve ahí sin ser alfonsinista. Nunca fui galtierista, por
supuesto y estuve en la plaza del ’82, tampoco fui alfonsinista y estuve en
el ’87. Lo que yo era, hasta el ‘82, era ser argentino. La épica de la
nacionalidad me convocaba. La épica cívica de la democracia, me convocaba,
pero después del ’87, lo que no fui más es demócrata. Ahora, no soy más demócrata
ni argentino. En mi condición de identidad, no lo soy más. Porque en el ’87,
se toca un borde, Alfonsin dice “estos golpistas que atentan contra la
democracia”, se sube al helicóptero y cuando baja dice “son héroes de
Malvinas”, ¿cambió el discurso? No, son golpistas y héroes de Malvinas, eso
era lo que no se podía resolver, eran ambas cosas. Los héroes de Malvinas
como golpistas. No hay oportunidad de darle un lugar sin incomodidad. No hay
lugar de sentido, eso es lo trágico de esto y por eso muchos se suicidan.
Insisto: porque puede haber lugar de sentido para la derrota, pero no para
una derrota deseada.
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